7.18.2006

La crónica de los prodigios



Si pudieramos ir a otros mundos habitados y no tuvieramos ninguna forma de registro más que nuestra memoria. Y a nuestro regreso se nos pidiera relatar lo que vimos en ese lugar ¿cómo lo haríamos? Si viésemos objetos de formas jamás imaginadas, frutos en "árboles" inexplicablemente extraños. Nuestra única opción sería recurrir a la comparación. Se parece a..., sabe como a..., su color es parecido al de..., etc.
Eso fue lo que sucedió cuando los primeros hombres europeos llegaron a América. Se toparon con un "Nuevo Mundo" lleno de maravillas nunca antes imaginadas por hombre alguno. En Crónica de los Prodigios, una Compilación de Felipe Garrido y que fue editado para ser obsequiado en la XX Feria del Libro en México como ejemplar gratuito, se reunen algunas de estas descripciones llenas de ingenio donde, quizá hasta el más astuto escritor, se hubiera visto en aprietos. Desgraciadamente este libro no se encuentra a la venta o me ha sido imposible encontrarlo. Pero Aquí les dejo unos ejemplos:


El día pasado, cuando el Almirante iba al río del Oro, dijo que vido tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que de alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo también que otras veces vido algunas en Guinea, en la costa de Manegueta.

Colón Citado por Durand, p. 27





Los ENCUBERTADOS (Armadillos) son animales mucho de ver y muy extraños a la vista de los cristianos y muy diferentes de todos los que se han dicho o visto en España, ni en otras partes. Estos animales son de cuatro pies [...] la piel como cobertura o pellejo de lagarto, de la facción y hechura ni más ni menos que de un caballo encubertado (con armadura), con sus costaneras y coplón, y en todo y por todo, y por debajo de lo que muestran sus costaneras y cubiertas, sale la cola y los brazos en su lugar, y el cuello y las orejas por su parte, es del tamaño de un perrillo o gozque de estos comunes, y no hace mal, y es cobarde y hacen su habitación en torronteras, y cavando con las manos, ahondan sus cuevas y madrigueras, de la forma que los conejos las suelen hecer. Son excelente manjar y tómanlos con redes, y algunos matan ballesteros, y las más veces se toman cuando se queman los campos para sembrar o por remover los herbajes para las vacas y ganados; yo los he comido algunas veces y son mejores que cabritos en el sabor y es manjar sano.
Fernández de Oviedo, pp. 156-157





En tierra Firme, hay unos árboles que se llaman perales, pero no son perales como los de España, son otros de no menos estimación; antes, son de tal fruta que hacen mucha ventaja a las peras de acá. Estos son unos árboles grandes y la hoja ancha y algo semejante a la del laurel, pero es mayor y más verde. Hecha este árbol unas peras (aguacates) de peso de una libra, y muy mayores, y algunas de menos [...] y la color y talle es de verdaderas peras, y la corteza algo más gruesa, pero más blanda, y en el medio tiene una pepita como castaña injerta, mondada; pero es amarguísima [...] y encima de esta pepita hay una telica delgadísima, y entre ella y la corteza primera, está lo que es de comer, que es harto, y de un licor o pasta que es muy semejante a la manteca y muy buen manjar y de buen sabor, y tal, que los que las pueden haber, las guardan y precian; y son árboles salvajes, así este como todos los que son dichos, porque el principal hortelano es Dios, y los indios no ponen en estos árboles trabajo ninguno. Con queso saben muy bien estas peras, y cógense temprano, antes que maduren y guárdanlas, y después de cogidas se sazonan y ponen en toda perfección para la comer; pero después que están cuales conviene para comerse, piérdense si las dilatan y dejan pasar aquella sazón en que están buenas para comerlas.
Fernandez de Oviedo, p.p. 215-216

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